Cacao puro. Cacao
amargo.
Alimento de dioses.
Manjar suculento de
sabor criollo
resguardado entre tus
hojas perennes
con ese aroma profundo
que despierta mis sentidos.
Verdi-rojo tu color
cuando tu sabor me
aguarda en su máxima expresión
escondido en esa
mazorca que cuelga de tu cuerpo,
recubierta de esa
suave piel de la que esperas ser desvestido.
Déjame ser quien te
adorne,
yo de rosado y tú
siempre en flor.
Llévame como a tu
fruto pendiendo de tu tronco,
como a esa baya que de
ti se alimenta,
llena de semillas que,
en su humedad, esperan ser fecundadas.
Tú, ka’kaw,
que guardas latente,
en tus almendras,
toda la fuerza del
fuego:
ardiente, rebelde,
voluble,
pero sensible a los
cambios y a lo que te rodea.
Quiero ser la sombra
que te protege del viento
ofreciéndote un hogar
húmedo, de cálidos vapores,
donde tu codiciado
fruto brote de tus entrañas sin reparo alguno.
Llego a ti cual tumbadora,
estimulando cada
brote, cada rincón de tu corteza,
con la mano por hoz
fijada sobre la pértiga de mi cuerpo,
para arrancarte cada
una de las bayas donde escondes tu esencia.
¿Quién le dijo al sol
el secreto oculto en tu tueste intenso?
Ese que eleva tus
olores excitando al viento…
Tú, de estimulante
aroma y exquisito sabor,
fúndete en la miel de
mi vientre,
viértete sobre mí
untándome con esa manteca que emana de tus poros.
Envuelve con mi cuerpo
tus carnosas semillas
para fermentarlas en
mi calor y lograr, con ello, una explosión de sabor.
En mi boca dejas esa
agua amarga,
ese brebaje de nobles
y reyes:
Sublime Chocol haa,
que hace de nuestro
encuentro un rito sagrado,
capaz de llenar mi
espíritu con ese elixir
que alimenta mi pasión
más allá de la muerte
en la que me sumerges
cuando brotas en mí.