jueves, 12 de diciembre de 2013

Discromatopsia Sentimental...o Mi Daltónica Historia de Amor

Apenas cruzaba la puerta del boliche
cuando tu imagen golpeó mi retina.
Claro, la luz que reflejabas llegó a mí
en un sitio diferente de la longitud de onda.
Yo llevaba las de ganar:
nadie más podía verte como yo te vi.

Si alguien me hubiese hablado de vos,
si alguien te hubiese descrito,
seguramente no habría sido lo mismo
porque entonces me habrían hablado
de tu camisa roja ceñida a tu cintura,
tu pollerita azul satinada
y del maquillaje que resaltaba tus ojos.
Digo, siempre es así.

En cambio, tu brillante silueta no necesitaba color
para mostrarme la perfección y simetría
que escondía tu colorida ropa;
tus piernas largas y la suave piel de tus muslos,
que se mostraba a partir del borde de aquella prenda,
reflejaban la cantidad de luz exacta
para verte y casi sentirte de forma detallada.

Tu cabello ondulado y claro, asumo rubio,
tocaba tus hombros con la extrema sutileza y pericia
del pincel de un pintor consumado.
 Tus manos ligeras, tus dedos inquietos,
tus uñas sin esmalte, así,
simplemente vos.

Me acerqué mientras pensaba
cualquier pretexto o excusa para hablarte,
pero al ver tus labios: carnosos, tentadores
y con esa invitadora sonrisa
tocando la comisura de tus labios,
me quedé sin palabras y sin aliento.

Sonreíste.
Sólo ahí pude entender aquel
fenómeno que llaman “arcoíris”.

Desde entonces podría decirte
cada uno de los aros que has usado
cada vez que nos vemos,
y que la gabardina y la seda
te sientan de maravilla, pero
nunca tan bien como tus jeans rotos y claros.

Los cuadros te hacen ver intelectual,
y las rayas…oh! Las rayas!
Esas aumentan la intensidad en tu mirada.
Los lunares, debo admitirlo,
no te van para nada;
pero cuán bien haces vos lucir a los lunares.

En un mundo donde los colores
parecen decirlo todo,
ahora estoy seguro que,
hasta en blanco y negro, habrías sido vos.


(Gracias por el apoyo, Mariano!)